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Śrīmad-bhāgavatam 6.16.7

Texto

nityasyārthasya sambandho
hy anityo dṛśyate nṛṣu
yāvad yasya hi sambandho
mamatvaṁ tāvad eva hi

Palabra por palabra

nityasya — de la eterna; arthasya — cosa; sambandhaḥ — relación; hi — en verdad; anityaḥ — temporal; dṛśyate — se ve; nṛṣu — en la sociedad humana; yāvat — mientras que; yasya — de quien; hi — en verdad; sambandhaḥ — relación; mamatvam — propiedad; tāvat — mientras tanto; eva — en verdad; hi — ciertamente.

Traducción

Unas pocas entidades vivientes nacen en la especie humana, mientras que otras nacen como animales. Aunque todas ellas son entidades vivientes, sus relaciones no son permanentes. A veces un animal permanece durante un tiempo bajo la custodia de un ser humano, para luego pasar a propiedad de otro. Tan pronto como cambia de dueño, su anterior propietario olvida el sentimiento de propiedad. Ciertamente, mientras tiene al animal, siente afinidad por él, pero, tan pronto como lo vende, esa afinidad se pierde.

Significado

Dejando aparte el hecho de que el alma transmigra de un cuerpo a otro, las relaciones entre las entidades vivientes no son permanentes ni siquiera en esta misma vida, como se ilustra en el ejemplo de este verso. El hijo de Citraketu se llamaba Harṣaśoka, «júbilo y lamentación». No cabe duda de que la entidad viviente es eterna; pero, debido a que está cubierta por un vestido temporal, el cuerpo, su eternidad no puede percibirse. Dehino 'smin yathā dehe kaumāraṁ yauvanaṁ jarā: «El alma corporificada pasa en este cuerpo continuamente de la niñez a la juventud y a la vejez». Así pues, el vestido corporal no es permanente. La entidad viviente, sin embargo, sí lo es. Del mismo modo que un animal pasa de un propietario a otro, la entidad viviente que nació como hijo de Citraketu vivió durante un tiempo como hijo del rey, pero, tan pronto como pasó a otro cuerpo, esa relación de afecto se rompió. Como se afirmó en el ejemplo del verso anterior, cuando tenemos una mercancía en las manos, la consideramos nuestra, pero, tan pronto como la vendemos, pasa a ser propiedad de otro. Entonces, la relación que nos unía deja de existir; ni sentimos apego, ni nos lamentamos por ella.